domingo, 10 de diciembre de 2006

Solo por suponer

Solo por suponer, intercambiamos los roles y tu mente domina mis músculos, y mi corazón maneja tus vibraciones, los ojos sienten y los labios miran hasta cegarse en el encuentro.

Solo por suponer, renuncio a la rutina y me embarco en un recorrido por los extremos, de polo a polo y de fríos polares a tibios encuentros, de inconciencias amables a salvajes descubrimientos.

Solo por suponer, me corro del camino y el destino se marca a si mismo mientras lo sigo en silencio hasta la siesta de las tres.

Solo por suponer, dejo ciertos respetos impuestos y tomo otros que descansaban en lo profundo de mi conciencia, redescubro algunas prioridades, reinvento mi saludo y tomo lo que el destino llama instinto como tarjeta de presentación.

Solo por suponer, el paraíso abre las puertas a los pecadores como yo, que lejos de arrepentirse reivindican lo censurable, aparta al censurador y a todo principio que tienda a limpiar la moral humana.

Solo por suponer, cada quien vive su vida, sin opinar ni suponer, sin mentir ni mentirse, sin tropezar con rocas invisibles, tomando cada quien la porción de viento que le corresponde.

Solo por suponer, quiero lo que siempre quise, cambio lo incambiable y trepo más allá de lo que mis ojos cuentan.

Solo por suponer, la sangre es savia, los brazos hojas y el corazón el néctar que alimenta nuestro encuentro.

Solo por suponer, camino en el apuro a ningún lado, me deshago del reloj, los llamados y algún pobre tipo que no entienda las sutilezas.

Solo por suponer, vencedores y vencidos escriben la misma historia sin rencores con el pasado, santos y traidores, las memorias inútiles y el desencanto de que toda lucha está arreglada de antemano.

Solo por suponer, la tolerancia es tan común como el reflejo de Marzo en las hojas del otoño, y la violencia es una palabra perdida en el fondo del diccionario, donde nadie la busca ni necesita.

Solo por suponer, hay un solo Dios que no es una imagen vengativa creada por el hombre, que une por afinidad y no por horas de sacrificio frente a esfinges de quienes tal vez, jamás fueron.

Solo por suponer, la fama no da impunidad, las culpas son culpas y el mérito no conoce posición ni estratos.

Solo por suponer, navego tormentas en mares secos, naves sin timón por caprichosos destinos, me llevan donde nunca y hacen puerto en puntos distantes a la lógica mezquina del hombre.

Solo por suponer, caigo a un vacío infinito, tanto que la bajada se vuelve subida y el vértigo es excitación, el viaje un todo inmanejable y el final un principio.

Tres ventanas

Entre olor a cigarrillo negro y un tango clavado acá, en el medio de la sien, el anciano pasa revista a su añosa colección de recuerdos. Mira una vez más por la ventana de la amplia pieza, camino visual a otras tantas ventanas y azoteas cubiertas por láminas de aluminio, sin que el paisaje cambie en algo el esquivo transparente de sus ojos. Tal vez una mirada así solo pueda ser de alguien que ya vendió su alma o quizás, la perdió ahogado en su desidia pero poco importa, solo restos del viento en un rostro que se hacen días, recuerdos esparcidos sobre la ciudad, imágenes en blanco y negro, montones de ellas suspendidas en la densidad atmosférica clavando dagas en las pocas arterias vivas de un corazón apenas.


El tipo está peleado con la vida; que porque la minita lo dejó, que porque no aguanta ningún laburo, que porque no tiene plata y que la puta que lo parió. El bajón es un refugio, otra no cabe. Lo podés disfrazar de momento, de circunstancia o lo que quieras, pero la realidad es la que devuelve el espejo, el resto es anécdota.
Buscó el espejo y al verse reflejado se insultó, antes que su pie diera de lleno en uno de los ángulos del mismo para hacerlo pedazos. “¿Qué carajo te pasa?”, se preguntó a los gritos. El silencio como toda respuesta, es una sutileza, pero duele casi tanto como el pie que rompió el espejo, o el ruido a vidrios rotos.


Ella pasa horas sentada en el marco de la ventana, invadiendo pudorosamente mundos ajenos. No tiene amores que sufrir o vidas que extrañar, es una pequeña persona preguntándose que queda para un espíritu sensible en esta ciudad de idiotas.
El viento pesado de Marzo está cargado de recuerdos ajenos, furias sin destino y susurros de mártires que se ríen a carcajadas de la justicia. Sombras bajo el sol de mediodía bailan sobre techos invadidos de aluminio y ella, receptor emocional, captura todo con sus ojos: las almas perdidas de la ciudad, el anciano de los ojos transparentes expirando al perder en el viento el último de los recuerdos, las sombras danzantes del mediodía, el tipo del pie sangrado que trepa la ventana intentando en vano seguir a las aves.

Un día de estos

Desperté de mi letargo con la fuerza de un adiós. Apenas si reaccioné cuando el presente era historia; no hay recursos instantáneos ni mágicos, solo un gesto previsible que nada cambia ni vuelve el tiempo atrás.
Tanto cambió el mundo a la gente que lo habita, que el amor no alcanza. No hoy, en que palabras como “progreso”, “desarrollo”, “óptimo”, “perfecto”, son simples definiciones de diccionario que en ningún caso contemplan sus efectos en la gente. Todo está tan cerca que la elección correcta es un juego peligroso y delicado, al que se suma el abatimiento de cantidad de puertas en la frente y la constante propaganda del hombre vencedor como único medio de felicidad. Hoy no se es uno más, se es uno menos, los extremos se unen hasta tocarse peligrosamente.
Y un día cambiaste, compraste todos los discursos y no escuchaste el mío, que apenas eran frases sueltas, que de nada sirvieron, que no vendían lo que no podían dar. Es así, la estupidez no paga. Despertaba todas las mañanas con una persona distinta a mi lado, el mismo cuerpo delineando un alma en mutación constante. Y un día desperté y ya no estabas.
A veces, quien escribe la historia conoce el final, pero le gusta dar un toque de suspenso, que lo sufren directamente los protagonistas; a veces, el suspenso es tan largo, que los protagonistas se aburren y cambian la historia originalmente escrita, a veces el escritor pierde el control de sus propios personajes y por simple consecuencia, pierde el final deseado.
Tal vez nos pasó eso, nos tocó un aficionado en el arte de delinear historias, que consiente de su error, un día nos volvió a juntar, caprichosamente. No sé que pasó con vos en este tiempo, pero yo cambié, con las heridas apenas cicatrizadas y el libreto de mi existencia a un costado, reemplazado por la improvisación.
- Podríamos vernos, un día de estos. - Me dijiste.
- No creo, - te dije- un día de estos es demasiado tarde.

Un café en el laberinto

Simplemente, me escapé. Me fui del sitio, tan vacío de futuro y lleno de utopías, impregnado en ese desagradable olor químico. Dejo solo un montón de porquerías que no necesito; necesité antes, cuando era un pobre diablo con la vida por delante, pero ahora no.
Y así, sin nadie que me despida, excepto mi soledad, que decidió quedarse en casa, me fui una noche. Elegí el camino que no conocía, para asegurarme que sea el azar quien me guíe. Y el azar me guió.

Nunca supe come llegué a ese lugar, estaba confundido y entregado a mi suerte cuando un tipo de remera negra me palmeo la espalda. Lo mire a la defensiva pero el tipo, con un gesto casi paternal se ofreció, café por medio, a aclararme un poco la situación.
Lo primero que pensé es que estaba muerto, esa cosa muy de libro, que el personaje se muere, tiene visiones de su vida y bla bla bla, pero no, no todavía.
Así como nunca me enteré de cómo llegue al lugar donde estaba, jamás repare en el momento en que depositaron el café adelante mío, así como tampoco pude ver a la persona que lo trajo. A esa altura, inseguro y lleno de dudas no tuve otro instinto que inspeccionar el brebaje negro, olerlo o buscar algo raro, pero se veía y olía como café.
El tipo de la remera hecho a reír con ganas, tanto que me sentí un poco ridículo pero no más que otras veces; pedí las disculpas del caso y explique lo confuso que era todo. Me contó que era lógico, que la mayoría pasaba por ese estado; también me dijo que no estaba muerto ni drogado, y que con ver a mí alrededor las respuestas fluirían solas. Apreté un poco los labios como quien no queda conforme y presumo que el hombre percibió lo mismo, sostuvo la mirada en mí y luego se encogió de hombros; “solo te pido que mires alrededor tuyo, no es tan difícil” dijo calida pero firmemente.
Gire sobre mí cuello primero para luego pararme y ganar un panorama completo del lugar. Lo primero que vi, lo único en realidad fue un espeso humo blanco y cierta claridad que no pude definir de donde venía. Lo que demonios fuera eso no daba ninguna respuesta, solo un ensordecedor silencio y un patético miedo a lo desconocido. Busqué al hombre de negro pero ya no estaba, solo estaba su pocillo de café vacío y la silla desprolíjamente a un lado, semi cubierta por el humo. Probé llamarlo, llamar a alguien, obtener alguna respuesta a preguntas que nunca me había hecho. Probé fluir, dejarme llevar, no pensar en nada; en ese punto cualquier sugerencia era valida, la voz de la conciencia (si tuviera), el consejo de algún viejo, todo eso que normalmente no escuchamos. Pero nada de eso estaba disponible, solo yo y mi impotencia para salir de mi propio laberinto. Estas cosas no se eligen, no se llega como opción y no hay opciones de salida, solo un camino, una decisión.

Y así como perdí la noción del espacio perdí la noción del tiempo, y la horas fueron días. Caminé buscando la salida, o una entrada que haga las veces de salida, gaste metros, muchos de ellos en pos de que la claridad espesa que me rodeaba cambie de espesura, de color, alguna señal que diferencie la locura de la obsesión. Me negaba a entregarme, en algún lugar adentro mío algo seguía luchando contra el laberinto, absolutamente desconectado de la realidad, del presente, del mundo que gira sobre un eje imaginario; apenas fotos desteñidas del pasado, con sonrisas vagamente conocidas y olores desperdigados sobre la línea del tiempo; y los días fueron meses.
Me sorprendió en lo alto del universo propio el reflejo de una luz más clara de o normal, como si hubiera una pequeña ventana enrejada. Fue el primer (y único) cambio que note en una inmensa cantidad de minutos (o días). Una esperanza en tanta nada, probablemente se me ilumino el rostro y hasta debí haber sonreído. Intente extender las manos para contornear con los dedos aquella luz en el aire pero no pude, era imposible separar los brazos del cuerpo. Sentí un pequeño pinchazo en el brazo y la luz de la ventana se multiplico en tantas otras que giraban en torno a si mismas, en un bellísimo baile de luces y sombras.

Y los meses fueron años

Paciencia

Cuando escucho hablar de paciencia, por algún motivo desconfío, frunzo el ceño inconscientemente como quien resiste lo que no conoce, a puro instinto.
“Hay que tener paciencia en la vida”, dice gente que no se parece a lo que quiero para mi; es el primer punto de rechazo, un pobre tipo que jamás hizo nada de si vida aconseja (o bien impone) una actitud que no comparto, me incomoda, no puedo ni quiero comprender. Camino a casa me cuestiono aquello de la paciencia, buscando un punto en el que, tal vez este equivocado, mientras los autos se amontonan adelante mío, y el aire se tiñe de rojo freno, y el silencio se llena de bocinas y comentarios en francés antiguo. Entonces me veo obligado a esperar (otra vez la imposición), no hay opción, no puedo avanzar en un camino que fue hecho para eso, avanzar. “Maldita contradicción” pienso, es como tirarse de un puente y quedar suspendido en el aire o golpear a otro y que te duelan las manos.
Según lo veo, la palabra paciencia la inventó un lento, un tonto que vivió lenta y torpemente, entorpeciendo y atontando todo a su paso. La palabra viajo en el tiempo, entre tiranos y dictadores, entre sismos y revoluciones, entre lentos y tontos hasta llegar mansa a nuestros días en que la paciencia es una imposición social. Entonces cuando algo se traba o se complica hay que tener paciencia y ya.
La paciencia es el arte de esperar por la estupidez de otro, es llegar antes donde los demás no llegaron, es avanzar en pelotón aunque quieras ir solo, es andar lento como los que no tienen apuro aunque estés apurado, es vivir a desgano aunque tengas ganas de vivir, es morir de a poco aunque estés vivo, o muerto; es pedir permiso para respirar aire lleno de plomo, hacer la cola para ir al baño o esperar por hablar mal de alguien que no te importa.
Es la dictadura de la idiotez, la cárcel de la libertad, la mutación del instinto de ser diferente, de manejar tu propio reloj y de hacer lo que te da la gana sin molestar a nadie, a menos que puedas esquivarlos en su lánguida pesadez.